Enrique Valiente

Enrique Valiente, scouter de la tropa Impeesa, lleva con nosotros desde que con 10 años entró a formar parte de la gran familia del escultismo en la misma tropa en la que hoy hace una parte de su voluntariado y servicio scout.

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El pasado campamento de Kandersteg, y con motivo de la vela de insignias, quiso compartir con nosotros una reflexión sobre su experiencia personal dentro del escultismo. Desde aquí queremos agradecer nuevamente que compartiera sus pensamientos con nosotros y que hoy quiera que se divulguen en la página web.

Además inauguramos la sección especial «SILUETAS» con entrevistas y otras colaboraciones personales como esta que hoy podéis leer aquí.

En los nueve años de mi transcurso dentro del grupo scout Calasanz, el escultismo ha supuesto un proceso de formación en mi vida que me ha llevado hasta la situación en la que hoy día me encuentro, no un fin de pista, sino una nueva etapa en mi camino. Considero que la vida scout es una decisión personal que, con el paso de los años, ha ido afianzándose dentro de mi propia filosofía de vida hasta llegar a estar presente en todos los aspectos de mi vida, mi personalidad, mi modo de actuar o mi visión y actitud respecto a la sociedad, el mundo y el entorno que me rodea.

A veces me aterra pensar qué hubiera sido de mis valores, mis ideas, mi vida y mi manera de enfrentarme a ella, sin mi contacto con el escultismo, sin la decisión de unos padres que, desesperados ante un niño solo, acomplejado, sin amigos y con grandes problemas para relacionarse, lo arrastraron en octubre de 2004 hasta las puertas de la manada Seeonee. A partir de este primer contacto en los locales, me enamoro ciegamente de un movimiento sin casi ser consciente de todo lo que posteriormente me cambiaría: prácticamente toda una vida. A lo largo de las siguientes etapas, mis experiencias en el grupo van moldeando en mí un carácter, una concepción sólida de la fe, el evangelio, la ley scout o las teorías de Baden Powell y la consolidación de un núcleo afectivo cada vez más fuerte, más considerado de hermanos que de meros compañeros. Mi personalidad estaba cambiando y mi cabecita de tropero absorbía como una esponja, paso a paso, canción a canción, nudo a nudo, risa a risa, lágrima a lágrima era cada vez más aceptado, jugaba, me sentía vivo, animado, feliz… me estaba convirtiendo en scout.

Es este espíritu scout tan interiorizado el que, por suerte o por desgracia, debe ponerse de manifiesto a partir de mi tercer año de tropa cuando por distintos motivos una malísima situación ataca a mi familia generándome grandes responsabilidades, esfuerzo y sacrificios que no son tan comunes en alguien de mi edad así como la pérdida de mucho tiempo de reuniones y momentos con mis amigos y su consiguiente distanciamiento del grupo. Fue, precisamente, ese proceso de maduración en el escultismo el que me hizo pasar del egoísmo y la tristeza de tener que trabajar y no poder llevar una vida como el resto de mis amigos, a un sentimiento de esfuerzo, trabajo y motivación por este prematuro proyecto de servicio en mi camino scout, encontrando en la situación que, en ese momento, abordaba a mis seres más queridos a ese débil al que, tal y como simboliza mi saludo scout, debía proteger.

Fue, quizás, esta mi primera experiencia scout fuera del grupo, la que me hizo sentir la alegría del trabajo bien hecho, del esfuerzo, de la ayuda sin más beneficio y gratificación que una mera sonrisa, sentir como ante una gran dificultad, se puede sacar una gran enseñanza y alcanzar una plena felicidad, una dificultad por la que ahora doy gracias a Dios y que me sirvió de motor para un posterior espíritu de ayuda y servicio que me condujo hace ya año y medio a las puertas de Cáritas y a innumerables ideas, gestos y acciones de mayor o menor magnitud que abordan mi día a día. Es desde entonces cuando miras atrás y ves que el largo recorrido de los 9 años tiene sentido, que eres distinto, que no tienes los mismos intereses, motivaciones ni necesidades que el resto de personas y que las mayores recompensas que tienes son las de tu alumna de las 500 que ha aprobado el curso, la sonrisa de tu niño de Caritas que sonríe y juega escapando por unos días de su no muy recomendable rutina, la mirada esperanzadora de tu familia haciendo malabares para llegar a fin de mes, lidiando con un negocio que se les va de las manos o el simple gesto de simpatía que generas regalando una sonrisa con tu alegría y vitalidad a todo aquel que, absorto en su monotonía, se cruza en el trayecto de tu día a día.

Para finalizar, y dicho esto, nadie debería extrañarse de que considere este grupo como mi propia familia, no por compartir momentos como hermanos, sino porque esta persona que tenéis delante es prácticamente fruto de todo este tiempo compartido con vosotros y con aquellos que ya se fueron del grupo y, por tanto, eso la hace tan hijo de sus padres como de todos vosotros. Muchas gracias por todos estos años y por todas las buenas cazas y largas lunas más que me esperan a vuestro lado.

Vuestro hermano scout, Enrique.