El pasado sábado 27 de septiembre, algunos miembros del grupo nos encontramos bajo la lluvia para participar en la II marcha nocturna por el Parkinson, promovida por la Asociación de familiares y enfermos de Parkinson de Albacete, apoyando a las personas con esta enfermedad y a sus familias. Partiendo desde la Universidad fuimos caminando acompañados por casi 400 personas hasta la Dehesa de los Llanos, donde repusimos las fuerzas perdidas bajo la lluvia con un poco de queso y vino ofrecido por la finca. Allí pudimos escuchar esta bonita historia:
Esta noche os quiero contar un cuento, un cuento que no es inventado, una historia tan real como la satisfacción que siento en estos momentos al ver como Asociación de Parkinson de Albacete ha conseguido reunir a 400 personas en los viñedos de Dehesa de los Llanos.
Érase una vez un hombre que se sentía triste y abatido por sus problemas, cansado de pensar en las desgracias que le ocurrían y que ocurrían a su alrededor. Un buen día, metió lo imprescindible en una mochila y se fue, tal vez buscando aquello que le faltaba, tal vez huyendo de lo que sentía.
No había recorrido mucho camino cuando se encontró un anciano que miraba con un catalejo por detrás de él, parecía muy interesante lo que estaba mirando, pues en su cara se reflejaba una expresión de felicidad que nuestro protagonista hacía tiempo no veía ni en su ni en la cara de los que vivían a su alrededor.
Siguió caminando, pero sin poder olvidarse del anciano, volvió tras sus pasos le preguntó que era lo que estaba mirado tan entusiasmado por ese catalejo viejo.
-Miro las huellas-, le contesto
-Las huellas, ¿qué huellas?
-Pues las huellas doradas.
-¿Huellas doradas?, ¡vaya tontería!-, se dijo nuestro hombre, y siguió andando
-¿Quieres mirar?- oyó decir al anciano,
Su curiosidad pudo con su indiferencia, así que dejo su mochila en el suelo y se acercó al anciano que había dejado de mirar para ofrecérselo
-Vaya tontería no se ve nada, este catalejo está roto-, dijo el hombre
-No, no está roto- le contestó el anciano -solo hay que saber mirar, debes aprender a mirar con el corazón. La vida -continuo diciendo el anciano- está llena de muchos contratiempos, pero también de pequeños detalles, de cosas tan simples que las hacemos sin darnos cuenta, tan sencillas como decir buenos días con una sonrisa al entrar en un ascensor, el hacer sonreír a un niño con una simple mueca, el comprar un flor a tu pareja sin motivo especial, el saber escuchar a quien necesita ser escuchado, el compartir las lágrimas con quien te llora… el luchar por algo o por alguien; todas esas pequeñas cosas quedan grabadas en el alma y en el corazón, dejan huella, dejan huellas doradas.El anciano volvió a ofrecerle el catalejo diciéndole:
-Ahora vuelve a mirar pero mira con el corazón-.
Así que nuestro hombre volvió a mirar, ¿y sabéis lo que vio? Vio ciento de pisadas doradas que iban en dirección a la Dehesa de los Llanos; me vio a mí, subida en esta torreta agradeciendo que hoy estuvierais aquí, que este pequeño gesto que habéis tenido compartiendo esta experiencia; no habéis venido a andar, ni a disfrutar de excelente manjares, estáis aquí para que no dejen de existir las huellas doradas, porque miráis con el corazón. Así que nuestro hombre volvió a su casa y aprendió a vivir, aprendió a mirar con el corazón.
Como vicepresidenta de la asociación de Parkinson, como representante de los enfermos de Parkinson del mundo doy las gracias a todos los que han ayudado con la organización, a la solidaridad de todos los participantes.
Y como Lola Játiva, como persona que su mejor medicina es luchar, solo os digo que sin vosotros no sería posible.
Os dejamos unas fotos de la actividad:
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